El frío invierno se precipitó en su moribundo cuerpo.
El hielo empezaba a caer, provocando bruscos golpes contra su decaída espalda. Y por más frío que adornara su cuerpo, ella seguía inmóvil, tratando de despertar de la eterna pesadilla de una monotonía de sueños de papel, quemados en la hoguera de el más temible sufrimiento.
Pronto sentía que su corazón latía por el mero echo de que tenía que hacerlo, no porque ella quisiera. Sus ojos amoratados se cerraron una vez más. Su alma, tratando controlarse, buscaba la forma de acabar con todo aquello, con el infierno que vivía dentro de una cáscara de hielo.
Pronto todos se alarmaron el día que la muerte, deambulaba por las calles de una roma ya destruida, el caos que colmaba dentro de ella temía ahora que sucumbiera entre capas de polvo y ceniza, pero ya era tarde. Todo aquello iba a tener un punto y final.
La muerte se preguntó entonces por qué querría aquella hermosa joven ser destruida, pero en cuanto visualizó él mismo el paraíso oscuro que rellenaba su cuerpo, decidió acabar con su dolor.
Ella marchó rumbo a lo que parecía ser el mejor de los momentos de su vida y, por primera vez en años, su rostro formó una sonrisa. Al mismo tiempo que sus labios formaban una perfecta melodía, otra que provenía del interior de su pecho, acabó realentizandose, hasta que simplemente quedó omitida.