Me despierta el susurrar que desprende tu piel rozando contra la mía. Abro un poco los ojos, percibiendo así el rayo de sol que se cuela por la ventana iluminando el escritorio repleto de hojas con mil garabatos que no me llevan a nada.
Pongo atención y soy capaz de percibir el choque que tiene la brisa sobre el roble que ocupa el jardín, como sus hojas colisionan entre sí y aquellas que no son tan fuertes caen sutilmente sobre el césped.
Me incorporo y noto un dolor de tripa no tan desagradable. Son las mariposas que hay detrás de mis ojos. Las que calladas y al mismo tiempo indiscretas, caen en picado hacia mi tripa. Y es entonces cuando me miras o simplemente tus dedos se deslizan sobre los recovecos de mi cuello. Inyectando esa chispa que quema, capaz de derretirme.
Son los secretos que guardo en esa caja que huele a madera vieja y polvo.
Son aquellos sentimientos que se graban en un anillo de esperanza o en una piel sin ánimos.
