No era la primera noche.
No era la primera que su corazón
se debatía entre dejar de latir o,
simplemente desplazar aquello
que le hacía resquebrajarse.
Él no estaba allí, no sostenía su mano.
El peso del dolor, corría por su mente.
Cada mañana, se volvía más lejano.
La primavera que les había unido,
la magia entre palabras...
Aquello se desvaneció.
Dejando tras de sí un frío y ciego invierno
sin rincón o abrazo posible
para mantener el calor
de sus sentimientos.
Y aquella noche, después un millón de excusas más
y perdones incesantes,
la rabia, el enfado, rencor...
Todo se transformó en un río constante de lágrimas.
¿Por qué? Por qué seguir luchando.
Ya no le quedaron más fuerzas.
Ya no peleó más por aquel momentáneo latido.
Prefirió, tras mucha meditación,
Sostener entre sus manos aquello que aún les mantenía juntos
Y tras un par de intentos, despegó
todo lo que ambos compartían,
Deshizo la presencia de su corazón.
Era mejor llorar por un corazón roto,
que quemarse con los trozos
de manera continuada.
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