viernes, 18 de diciembre de 2015

Esperaba.



Miraba a través de aquella ventana al cielo azul pálido y a los ligeros toques malva que resaltaban sobre éste.
 Mientras lo observaba, me percaté de que, una vez más, te echaba de menos. Me resultaba completamente imposible resistirme a mirar hacia tu ventana, en la calle de enfrente, esperando tal vez que aparecieras con tu taza de café caro en mano y que, al beber, te mancharas la parte superior de tus labios con espuma y me hicieras reír.

 Esperaba que simplemente volvieras a levantar aquella persiana que llevaba sin moverse nueve largos meses, que gritaras y te escuchara toda la calle que me querías. Me encantaría que pudieras regresar de esos tres metros bajo tierra que te tienen atrapado, lejos.

 Y ahora, desde el alfeizar puedo apreciar el cielo negro sin estrellas. Ahora que me he dejado caer sobre la cama y las lágrimas no hacen el esfuerzo por detenerse, sé que te echo de menos, que serás la única estrella diminuta que me observa sin siquiera yo ser consciente, que moriré intentando olvidarte.

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