lunes, 23 de noviembre de 2015

Aquel fue el día.



Aquel fue el día. El día en el que decidiste marcharte por la puerta sin siquiera echarme un último vistazo.

 Aquel fue el día en el que el peso que llevaba sobre mi espalda acabó tirándome al suelo sin importar las cicatrices que se empezaban a abrir por el impacto.

 Claramente. Aquel fue el día en el que tus ojos me sonrieron por última vez. Tus pasos resonaron, haciendo crujir las maderas. Tu mano cerró la puerta. Ya no estabas.

 Aquel fue el día que empecé a crecer, a hacerme fuerte a raíz de los pocos trozos que rellenaban el interior de mi vacío pecho. Aún lo siento.

  Puedo percibir aún  tus manos rasgando mi pecho, arañando mis pulmones y arrancando de cuajo aquel órgano que solía contener la mayoría de cosas que se refieren a ti. Recuerdo verte clavando las uñas y rompiendo en trozos diminutos aquel corazón, dejando solo un trozo pequeño rellenando algo que ya no tenía sentido.

 Aquel, simplemente fue el día. El dia en el que mi corazón dejó de oprimirse y estalló.

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