Aquel día le dije adiós.
Grité que se fuera.
Mi cabeza susurraba que se quedara.
Sabía que él era demasiado.
Que yo era muy poco.
Le supliqué que se marchara.
Él insistió en quedarse.
Mi corazón lloraba.
Se rompía.
Era lo justo.
Él no debería ser mío.
Suya yo de alma siempre sería.
A veces hay que hacerlo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario