martes, 25 de octubre de 2016

Le vi.






Le vi divagar entre las sonrisas tímidas de los turistas en aquella ciudad con costas marrones que hacían ver el alma verde.
 Caminaba con un paso decidido, aunque escondía la inseguridad del que posee los peores infiernos.
Y me miró. A mi. Entre aquellas miles de luces. Se fijó en la tiniebla. El espectro tambaleante.
  Caminamos, poco tiempo, y eso nos bastó para perdernos entre nuestros infiernos, cada vez más limpios y más llenos de luz.
 Os juraría que hizo de todo el infierno, un jodido paraíso.
Que desde entonces si agachaba la cabeza, se encargaba de levantármela y besar mis lágrimas, callándome los llantos y resolviendo mis sonrisas.
 Y quién diría que iba a quedarse.
 Me impresiona tenerle cada día aquí, manteniendo algo que empezamos por casualidad.
No me arrepiento de intentar conocerle.
De querer saber de él.
De tropezar con piedras y caer al suelo...Si sé que va a estar conmigo pase lo que pase.

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