lunes, 31 de agosto de 2015

Agujero negro.



Me quedé mirando a la nada, aquella que me parecía perfecta entonces. El echo de no tener nada, no sentir nada a parte del dolor. Era tan intenso... Aquella espina que navegaba por cada rincón de mi cuerpo latiente, pero muerto de alma. 

 Quería dejar de hablar sobre ti, de versos dedicados a lo que siento, de palabras que bueno, al fin y al cabo, simplemente son palabras y aunque en ellas yo exprese mi alma entera tú seguirás leyéndolas desde la lejanía de un cuerpo inerte, perteneciente a otra persona. Aún con ello hoy me encuentro de nuevo en la cama donde antes reinaban luchas, tiras y aflojas, gemidos llenos de pasión, susurros de amor, melodías compuestas con el movimiento de nuestros cuerpos, al compás. Miradas de complicidad y llantos acallados entre abrazos reconfortantes. Todo aquello, absolutamente todo, hoy queda en un pasado del cual no creo querer salir. Pero desde esta cama y todavía con la mirada fija en el vacío, puedo notar como mi cuerpo libera una lágima, la primera de miles. El llanto de un corazón roto, con miles de pedazos esparcidos por diversos corazónes. Aquellos, que me robaron una parte de mí y se quedaron con ella por tener algo con lo que rellenar el oscuro agujero negro que acupaba su pecho. 

 Quizá ahora yo sea un agujero negro. Quizá la oscuridad me haya tragado.

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